El fin de la noche


Me desperté en medio del silencio de mi cuarto, por las persianas que golpeaban contra el vidrio de la ventana.
Una tormenta impredecible afuera.
Aún hacía calor, y el verano sorprendía con lluvias intermitentes, vientos fuertes y los primeros días de un nuevo año.
El tiempo parece haber cambiado de un momento a otro.
Una prosa urgente y acelerada me acompaña en cada tiempo muerto. De esa que activa los pensamientos y empuja a escribir. Como el Santo de Allen, que enternece la tragedia con sus omnipresentes ojos vidriados, tristes y oscuros. Ahí parado frente a mí. Allen, cada vez que escribo. Incluso puedo sentirlo tocándome, y traspasando su piel, esa tranquilidad esperanzadora con la que aún cree en el alma humana. Aún ahora, que pudo verlo todo (pudo vernos) desde afuera, Allen, en el vacío. En el infinito. En la eternidad.
Hacia la luz amarilla. Junto a Céline tal vez.
El miedo a la muerte dentro de mi habitación. Es que para describir como es estar despierta solo tengo una palabra. Wow.
No. No me entendés. Lo que quiero decir.
Sé que no del todo.
Y es desesperante. Intentarlo con tanta perseverancia. Lo único en lo que persevero. Y aún así. Inútiles mis esfuerzos. Ni una chispa. Ni un cambio. Al menos ninguno que me permita descansar todavía.
Pero sentí, con tu mano. Con tu habilidad telepática innata que desconocés e ignoras. Con la inteligente extra brillante bondad de tu alma. Sentí la carga depositada acá, en la hoja. En cada lágrima. En cada estremecimiento de mi piel. En cada palabra pronunciada, escrita y cantada. La misma carga que sentí abandonar ese día en el tren, cuando apoyé el libro que me cambió la vida en un asiento, regalándoselo a un desconocido que aún podría ni haberlo empezado a leer.
La velocidad del lenguaje equiparando la velocidad del movimiento. Del tiempo escurriéndose entre cada segundo.
Y cuál es el punto? De estar acá. De sentir así. De ver como ellos.
No quiero volver a dormir. Demasiado ruido fuera y dentro de mi cabeza. Como para dormir. No quiero morir tampoco. Y si hubiera silencio allá? Que sería de vos, y de mí?

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