Tour days chronicles

Granulado y en blanco y negro, prende un cigarrillo lentamente y el flash congela el humo de la primer pitada. El descanso se manifiesta en un sillón de cuero negro, luego de una cansadora presentación en el pueblo más lejos de casa. El más distinto.
Oscurece afuera, y se ve como un degradé de grises sobre el vidrio de la ventana. Un poco más lejos, fuera de foco: la ruta. Por la cual en línea recta, viaja la caravana llena de música, hacia nuevos momentos.
Suena el teléfono.
Los reproches salen disparados hacia la cámara, grabando una expresión de agotamiento en su mirada. Se endereza, recupera de su postura dejada, y mira a la nada. No puedo captar ningún sonido, pero es impresionante lo que una imagen revela. Aprovecho la luz de las velas en el piso. Para atesorar sus ojos en la oscuridad que ha abandonado el día... todo es parte de esta gira.
Parece no querer escuchar más. Cierra los ojos y se duerme con el aparato en la mano.
Luego de unos minutos, y en colores saturados se prende una luz.
Son 4 ahora, con aspecto cansado pero de tranquilidad. La nitidez capta en magentas fuertes cómo comparten una cerveza helada alrededor de una mesa tapizada de un terciopelo verdoso. Él despierta a los gritos eufóricos de unos amigos reunidos en la noche. La luz negra alumbra la situación en que cuelga el teléfono sin saber realmente que pasó del otro lado. Ríe. Ríe en el instante en que lo apunto, pero no me mira. Una satisfacción recorre mi cuerpo. Y no es su risa la que lo desata. Es mi decisión. La decisión de disparar sin dudarlo.
Las horas pasan evidentemente frente a una única mirada observadora. Ellos no quieren dormir. No quieren perderse nada. La música se ve en los colores y el metal de los objetos. La luz del equipo de audio constantemente azul y brillante en el fondo de mis sujetos. El metalizado del papel agudizará esta percepción. Lo anoto.
Sacan algunas cervezas más de la heladera y la pizza se termina en unos minutos. Mis diapositivas de 64 ASA no alcanzan para congelar sus movimientos bajo esta leve luz, por lo que acudo a mi D80 y continúo mi búsqueda. Aumento la sensibilidad y la coloco nuevamente frente a mi ojo izquierdo. El anillo azul en mi dedo índice acompaña cada disparo. La tranquilidad me abruma a pesar de la locura que significa vivir de esta manera.
Surge la idea de una canción. Entre guitarras y papeles desprolijos se inspiran por la noche apasiguada de fuera y el recuerdo de un hogar lejano. Ese recuerdo de pronto tiene nombre y cuerpo de mujer. Tiene una voz relajante y llora lágrimas azules. La luna los acompaña testigo de su nueva obra. Mientras improvisan, el alcohol se vuelca sobre el tapizado, por un movimiento absurdo de uno de ellos 4. Alcanzan a correr la servilleta donde anotaron los recientes versos, y rompen a reír como niños. El anillo azul se mueve de lugar luego de apretar varias veces el disparador y comienza a molestarme. Lo acomodo rápidamente para no perder tiempo, y continúo con el robo de instantes.
El color de los afiches en las paredes le dan una estética a la situación que no podría reproducir en ningún estudio. El gastado del cuero negro del sillón y la madera abundante del piso y el techo aportan una textura que me obligan a cerrar el diafragma para no dejarlos pasar desapercibidos. La luz negra colgada sobre la puerta, aumenta los magentas y los azules, creando un clima extraño difícil de percibir a simple vista.
Suena una canción conocida de fondo, y la noche se cubre de una tranquilidad desmedida y profunda.
Se rinden ante el sueño y al fin me liberan. No usaré estas pocas horas para mi obsesión por lo abstracto. Lo dejo para mañana.
El hambre repentino me despierta con un naranja fuerte en el cielo que entra por mi ventana. Entre rosados y amarillos me llega la noticia, de un nuevo día, un nuevo tour day.

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