24 horas

A todos los actos ajenos que me inspiraron. A todas las canciones que cambiaron el mundo, a todos los aullidos que rompieron barreras, a todas las voces que se alzaron veloces contra el tiempo y la historia.
A quienes se colgaron de la rueda y no se quejaron de los malos tiempos. A quienes supieron reconocer el vaivén del éxito y quienes encontraron genios en los rostros desesperados de algunos soñadores por los que nadie dio un centavo.
A todas las palabras que ya nos dijimos y al miedo de las que nunca podremos pronunciar. Que son tan valiosos como las mismas palabras que se perdieron en el desuso cobarde del momento que dejamos pasar. A todos los sabores que aprendimos a recrear con la magia del lenguaje.
A todos ellos, regalo los pocos efectos que se desprendan de mis decisiones acertadas. Mi valioso karma. Mi después en blanco.
Firmo con sangre que es sólo por arte,
que me encierro a escribir mi falta de sueño, y de tiempo por delante.
No tengo razones, solo me mueve el infinito que hay dentro de mi cabeza, producto de imágenes tan poco mías que asusta recordarlas con tanto amor.
Esas calles. Cuando estuve ahí, ya había estado antes.
La misma música que hoy suena en cada paso que doy para poder volver.
Protejo en papel, los surcos que guardan su genialidad. Los limpio, los beso, los leo. Y vuelvo a caer en el lago. Vuelvo a volar con los pies descalzos de su mano. Vuelvo a encontrar un libro en el estante menos pensado. Vuelvo a mirar las nubes desde arriba.
Pronto las palabras dejan de aparecer, los párpados pesan, y el tiempo corrió demasiado.
Nunca podría estar menos estática que ahora. Que algunas de sus palabras me señalan el camino.
Para moverme con soltura. Para olvidarme de la ola.

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