Misil

Tu voz. No la que surge de tu garganta, sino de tus venas, y tus dedos, y tus años de trabajo forzado.
Tu voz verdadera. Metálica, dulce y seductora. Vertiginosa. Quebrada por el pánico de perderlo todo en un minuto. Quebrada aún más por el placer de conocer el lenguaje universal como pocos. Con el alma, la sangre, los huesos, y todos los órganos de todos tus cuerpos, de todas tus vidas, de todas las eras doradas.
Tu voz encierra el tiempo. Eternidad. Alquimista, convertís tus miradas de odio en música para amar.

Sería capaz de morir por esa eternidad que me desarma hasta odiarme a mí misma. Tan irresponsable. Rendirme a tus acordes sería elegir concientemente la ceguera. Dejas de ver por elección propia. Necia.
Amé ese vértigo por 894 días. La oscuridad rodeándome la piel. Sosteniéndome sobre la superficie de agua tibia y densa. Por un beso tuyo dejé de ver.
Luz. Ahora que no estás. Ahora que no estoy ahí. Veo.
Tu voz. Dolor que extrañan mis cicatrices. A veces quieren volver a abrirse.

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